junio 05, 2008

El águila

El estaba parado en el campo mirando los sembrados y los animales, en un hermoso anochecer.
Imaginaba que era un caballo salvaje que corría por los campos como si estuviera desbocado. También imaginaba que era un río cristalino que saciaría la sed de algún viajero, o un árbol cuyas ramas se arrullaban tranquilas con la brisa.
Pero su fantasía, la que realmente deseaba, era ser un águila, con sus fuertes garras, sus gigantescas alas y su cruel pico. Soñaba con sobrevolar los picos nevados de las montañas. De esa forma sería libre y sin preocupaciones. Sentiría el vértigo de la velocidad. Pero también sabía que algún humano podría asesinarlo de un escopetazo, o que algún animal podría robarse sus huevos y crías, e inclusive cabía la posibilidad de que algún cazador lo atrapase y lo encerrasen en un zoológico. Pero no le interesaba nada de eso, el quería ser un águila.
De pronto, de la oscuridad, se proyectó hacia él un gran ángel, que casualmente tenía forma de águila, además su cara era de una gran hermosura.
El ángel lo tocó y le dijo que había tenido suerte porque él iba camino al cielo y al pasar junto a él, había leído su mente. Le prometió que le diría a Dios de su deseo, pero que perdiera las esperanzas si no lo volvía a ver en una semana.
El espantapájaros agradeció la buena voluntad del ángel, pero sabía que nunca podría volar. Poco tiempo le quedaba ya, pues el viento iba desarmándolo lentamente. En algún tiempo más solo sería un montón de pajitas esparcidas en el medio del campo.
Al amanecer del séptimo día desde su encuentro con el ángel, y ya sin esperanzas, vio que a lo lejos se avecinaba una fuerte tormenta. Se dio cuenta de que ese era el final y deseo más que nunca poder volar y huir de allí.
De repente, se sintió distinto, se miró y vio que en el lugar donde antes estaban sus pajitas, ahora había plumas y en vez de brazos tenía alas.
Rápidamente y casi con desesperación echó a volar con rumbo hacia las montañas y la libertad.